Este texto está construido por el equipo de mujeres del “Museo Itinerante” a partir de la visita de Juan, garganteño profesor de literatura, a una casa del casco antiguo, para ayudarnos a comprender el por qué de los espacios que describen una casa tipo de este pueblo.

Una antigua casa de agricultores de Garganta La Olla es de una época en la que la casa giraba entorno a las personas (a diferencia de ahora, que giramos en torno a la casa).

La casa era una muy importante parte de su economía de subsistencia, porque a la vez era vivienda y casa de labranza. Todos los rincones  eran aprovechados, estaban al servicio de las personas que la habitaban y que se dedicaban a la agricultura: sus productos, sus animales y sus aperos, sin lujos ni cosas que no fueran necesarias.

La planta baja con su entrada por amplia puerta, a propósito hecha, para que pudieran entrar las caballerías con sus cargas (de allegaeros, leña, patatas…), para meter tinajas de vino y hasta piaras de cabras:

  • Un gran Patio tras la puerta esperaba, donde los aperos se colocaban: arados, aparejos, polcadoras, rastras, leña para la lumbre, sacos de allegaeros (hojas secas) para las cuadras.
  • Una o dos Cuadras, dependiendo de las dimensiones de la casa y de la tierra que el agricultor tenía y cultivaba, para el mulo, el burro o el caballo, cerdos, gallinas y cabras.
  • Una Bodega con todo para la pitarra, ¡por favor, que no faltase el vino en ninguna casa! Con tinajas para el vino, para el aceite, para la matanza, y para las castañas si hacía falta.
  • Y en la bodega salen las escaleras hacia el Bodegón, estancia excavada debajo la casa, para meter patatas y productos para que frescos se mantuvieran y no se estropearan, la nevera y aire acondicionado de la casa.
  • Y en el hueco del tramo las escalares (todo se aprovechaba), un Burril, y si era un poco grande, para meter dos o tres cabras o aperos de labranza.

Al segundo piso se sube por escalones de troncos de árboles de castaño o de roble, toscamente arreglados:

  • Con uno o dos dormitorios con colchones de lana o en jergas de hojas de mazorca secas, las familias, en su mayoría cargadas de hijos, en sus camas se hacinaban. A lo sumo dos camas, la de matrimonio, y otra para los hijos, unos a los pies y otros a la cabecera se acostaban.
  • En algunas casas un pajar con heno que en los prados segaban, guardado para mantener a las caballerías en los fríos y largos días de invierno y nevadas.

Al tercer piso los toscos escalones nos mandan a an gran espacio abierto y diáfano, el  Sobrao. En él se colocaban las arcas, la tabla de botijos de agua, y un basar con bonitos platos de cerámica, calderos de hierro, de  barro “albedríao” las bañas y colgada en la pared, la espetera, reluciente como la plata, sus tapaderas de lata.

  • La Cocina con su lumbre de leña, claro, sin chimenea donde el humo en días de viento te cegaba. Era también la calefacción de la casa, todos sentados alrededor, achicharrados por delante y las espaldas congeladas, allí todo se guisaba, buenos caldos revolcaos, carillos, habas… Los que manejaban tenían sillas con respaldo generoso que protegiera la espalda del frío. El techo era un sequero, láminas de madera separadas, conmúnmente de aliso, para que el humo pasara, para secar, maíz, pimientos, castañas y también para  secar la matanza: chorizos, morcillas, costillas….porque la mayoría, los lomos y los jamones los vendían, ni los cataban.
  • Las Camaretas, habitaciones para almacenar de todo, cestos , cestas, artesas, patatas, leña, huesos (pipos molidos de aceitunas, para el brevajo de cochinos) higos, nueces, castañas…
  • Las Solanas, para secar también productos del huerto, higos, maíz, ristras de pimientos, orejones de frutas, tomates…..y cuanto podía secarse para pasar mejor el crudo y largo invierno.

 

La casa era una estructura de entramados de madera y adobe, con ventanas, balcones, y vanos, sin cristales, donde el el frío, el viento y el calor circulaban a sus anchas. Los tejados eran “a teja vana”, sin colmatar la tabla, permitiendo que saliera el humo de secar. El tejado se arreglaba con un palo desde abajo recolocando las tejas que, movidas o rotas, causaban las temibles goteras.

 

Mónica Bujalance